Hay
todo un conjunto de signos que parece indicar que, por fin, el siglo
que viene el arte de América Latina alcanzará en la escena
internacional el rango que le corresponde por su calidad y especificidad
cultural. Las formas y tradiciones artísticas europeas irrumpen
hace ahora cuatro siglos en América, en el traumático
proceso de encuentro de dos mundos enteramente diferentes. Desde entonces,
las diversas naciones de América han ido mostrando una intensa
capacidad de asimilación de las tradiciones culturales europeas,
a las que sin embargo les dan un talante propio, un sesgo diferente.
Hablando
en concreto de Iberoamérica o América Latina, que es el
marco de referencia del Proyecto que aquí se presenta, habría
que señalar que tanto desde un punto de vista artístico,
como antropológico, quizás su rasgo más característico
sea el mestizaje: la fusión de lo nativo, lo europeo y
lo criollo, en una síntesis heterogénea y plural, diversa
en las distintas áreas culturales del Continente.
Ni
Europa ni EE. UU. han sido capaces de comprender y aceptar en un plano
de igualdad esos rasgos distintivos de la identidad latinoamericana.
Al contrario, lo habitual ha sido buscar una relación de hegemonía
política, económica y cultural, que ha marcado la dinámica
de los periodos colonial y neocolonial que los pueblos latinoamericanos
se han visto obligados a soportar.
En
el plano específicamente artístico, el punto más
avanzado de la sensibilidad europea y estadounidense se situaba, indudablemente
con la mejor buena fe pero a la vez con bastante ingenuidad, en la valoración
de América Latina como un territorio "originario" de
cultura. Es decir, como un espacio todavía virgen, no sometido
a la censura de lo racional, y donde "la imaginación"
se convertía en la facultad humana dominante.
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Obviamente,
esta postura, cargada de paternalismo, implicaba un nuevo desplazamiento,
hacia los pueblos latinoamericanos, del estereotipo del "buen salvaje",
ignorando la importancia y densidad de las culturas y civilizaciones
autóctonas de América. Desgraciadamente el estereotipo
llega incluso hasta nuestros días, con esa fórmula banal
y reductiva del "realismo mágico", que introduce una
escisión entre fantasía y proceso histórico, legitimando
implícitamente la negación del protagonismo de América
Latina en el escenario internacional.
La
cuestión fundamental que hoy determina el destino de las naciones
de América Latina es el de una auténtica consolidación
de la democracia, en las vertientes política, social, económica
y cultural. Es verdad que la historia convulsa de esas naciones muestra
toda una serie de rasgos: totalitarismo, caudillismo, burocracia y fragmentación
política y social, que ponen en cuestión la posibilidad
de avanzar hacia la democracia, y que a la vez remiten a la historia
de las propias metrópolis de origen, España y Portugal.
Pero
con el cambio del marco geopolítico, y el creciente cuestionamiento
internacional de las políticas de hegemonía y dominación,
parecen por fin darse las condiciones para una autentica emancipación
política, social, económica y cultural, para una verdadera
independencia de los pueblos de América Latina, que supere
definitivamente las ataduras coloniales y neocoloniales.
Obviamente,
todo ello habrá de tener su correspondencia específica
en la cultura y en las artes de América Latina que, de cara al
nuevo siglo y al nuevo milenio, se abren a unas perspectivas en las
que, lejos de ser consideradas manifestaciones "marginales",
"exóticas" o, en sentido general, "dependientes",
deberán percibirse y conceptualizarse en toda su especifidad
y características distintivas.
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